Cuatro consejos para no encontrar pareja
(capítulo 3 de 4)
 
 
3er consejo para no encontrar pareja:
 
Para el tercer consejo hemos escogido a Mercedes: esperemos que ella acepte la exposición pública de su caso.
 
Aunque Mercedes nunca ha estado en pareja, le gusta escribir poemas románticos en el poco tiempo que le queda libre. Trabaja en un centro de acogida para niños marginados, y sus compañeros le han pedido que presente unos versos para la revista mensual. Pero es evidente que lo que ha aportado, no encaja con lo que los demás han publicado sobre "el éxito de los catalanes en la NBA" y "los nuevos modelos de pistón de moto".

Así que, intuyendo por donde se le puede conquistar a los hombres, escribe dos poemas profundísimos, uno sobre los catalanes en la NBA y el otro sobre los pistones de moto, ambos eminentemente sensibles e inspiradores. Pero una vez publicados en la revista, todos arrancan esas dos hojas para hacerse papelinas donde dejar los churros de la máquina que han instalado en el centro.
 
Cuando le preguntan cómo está, ella responde con sinceridad: -Pues mira, últimamente estoy pasando una racha de melancolía... me siento sola-.
 
A partir de entonces todos procuran saludarla con un escueto "Hola, Mercedes", ya que sus confesiones íntimas les incomodan. Aun lo atractiva que es, la ven tan profunda y romántica, que imaginan que ha de ser depresiva y neurótica, y por esto ningún chico se arriesga a seducirla.
 
Pasan los años, y con el vacío que le hacen los demás, se le secan las lágrimas de tanto llorar. Viendo su frialdad, un chico le pregunta: -¿Qué sientes?-. Y ella contesta: -¿Te digo la verdad? Ya no siento nada-.
 
Inmediatamente el chico comienza a interesarse y excitarse por lo dura que es.
 
Conclusión de la tercera lección para no encontrar pareja: muestra tus sentimientos de forma diáfana.


(Enric Berneda, 2010)
Cuatro consejos para no encontrar pareja
(Capítulo 2 de 4)
 

2º consejo para no encontrar pareja:

El personaje que ilustra la segunda lección es un estudiante de Física. A éste no le gusta seguirlo todo al pie de la letra, sino que tiene el gusanillo de interesarse por cosas que no aparecen en los libros.

Hace días que lleva en la carpeta un artículo de investigación que relaciona la Física con la Historia del Arte, y le encantaría compartirlo a la hora del comedor con sus compañeras. Pero ninguna se sienta en su mesa, ya que no tiene ningún apunte que pueda ser aprovechado para hacer fotocopias.

Un día en clase, un chico y una chica empiezan a odiarse. La mitad de los alumnos se posicionan a favor de él, y la otra mitad de ella. Después de reflexionar, nuestro chico sube a la tarima y demuestra con argumentos que el conflicto entre ambos es un malentendido. Los demás se dan cuenta, pero hacen oídos sordos, ya que a esas alturas ya no hay marcha atrás en esa enconada guerra. Por eso dejan marginado a nuestro chico que no pertenece a ninguno de los dos bandos.

Entonces se da cuenta de que ser tan reflexivo le ha hecho impopular entre las chicas, y decide mostrar su faceta más bohemia y creativa. En clase de dibujo, una compañera le pregunta:

-¿Qué es esto que has dibujado?-. Y él responde: -Es un delfín que abraza el mundo. Simboliza que el ser humano no solo tiene que cuidar la Tierra, sino también a los animales que la hacen posible-. Y sonando la campana, ella dice: -¡Puaaj! ¡Menuda comida de tarro...!

Nuestro protagonista nunca ha tenido suerte con las mujeres, pero ahora entiende el motivo: se plantea demasiadas cosas. Desanimado, se queda solo en el bar de la Facultad, con la mirada perdida y el rostro afectado.

Entonces una muchacha que pasa por ahí le dice: -¿Qué piensas?-. Y él responde: -Pues ahora mismo... no pienso nada-. Y ella se enamora inmediatamente de su sencillez.

Conclusión de la segunda lección para no encontrar pareja: reflexiona.


(Enric Berneda, 2010)
Cuatro consejos para no encontrar pareja
 
 
1er consejo para no encontrar pareja:


Luisa es psicóloga clínica. Recibió una beca para estudiar en Estocolmo, y allí se especializó en conductas de pareja recibiendo un título honorífico en reconocimiento a sus capacidades. Aunque su vida profesional es plena, las cosas no le van tan bien en el terreno sentimental. Ella jamás ha estado con ningún chico. El problema es cuando sus pretendientes conocen su currículum, suelen pensar inmediatamente:

-¿Qué le diré yo a esta mujer cuando discutamos, si ya lo sabe todo?

Entonces decide interesarse por cosas menos trascendentes que no intimiden a los hombres. Se apunta a clases de fútbol, pensando que así podrá conocer chicos interesantes con quienes hablar del tema. De tanto que le gusta, terminan nombrándola entrenadora de la sección de cadetes. Pero con este cargo los hombres la evitan, ya que no les agrada que pueda saber más que ellos sobre el arte del balón.

Aprende la lección de que no tiene que invadir el ámbito masculino. Por eso se apunta a clases de música (al fin y al cabo piensa ella que esto no creará ningún conflicto, ya que mujeres músico las ha habido siempre). De hecho se entusiasma tanto por el arte musical, que termina creando sus propias composiciones y tocando en cuartetos de cuerda. Pero resulta que los hombres consideran la vida de artista muy bohemia y desestructurada, y entonces deciden mantenerse a gran distancia de ella. Ya desesperada, se apunta a un sencillo grupo de amigos donde colabora planificando encuentros. Pero los hombres se fijan en otras mujeres, ya que a ella le tienen demasiado respeto por ser la organizadora.

Entonces coge una fuerte depresión y se deja completamente. Abandona sus inquietudes y termina sin hacer nada.

Un día conoce a un chico muy majo que le pregunta: -¿Tú qué haces en la vida?-. Y ella responde: -Nada, yo no hago nada-. Y entonces el chico se enamora inmensamente de ella.

Conclusión de la primera lección para NO encontrar pareja: haz cosas inteligentes que destaquen.


(Enric Berneda, 2010)
Por si fuera poco
 

Por si fuera poco
tu cara es la Luna llena
que el ser contempla en la noche.
 
Por si fuera poco
tu cabello ondea al viento
del bosque fresco que eres.
 
Por si fuera poco
tus ojos hacen de estrellas
en tu menudo firmamento.
 
Por si fuera poco
tu cuerpo es el fruto
más exuberante del huerto.
 
Por si fuera poco
tu voz es el contacto
del arco con el violoncelo.
 
Por si fuera poco
tu reír son salpicaduras
de agua cristalina.
 
Y como en ti nada es poco
te cuento solo aquello
que los demás ven en ti.
 

(Enric Berneda, 2004)
Amar no es poseer
 
 
¿Qué es el deseo? Es querer intensamente lo que no tenemos. ¿Qué es la atracción? Es lo que nos une a lo que deseamos, a veces cuerda a veces muelle, según la intensidad.

Vamos a liberarnos. Podemos vivir toda la vida con el pie izquierdo que nos pisa el derecho y no nos deja avanzar, o en cambio retirarlo. Podemos seguir atados a un muelle o a una cuerda… o en cambio aprender a disfrutar de que, aquello que venga, venga en libertad.

Yo prefiero alguien libre a mi lado, y si lo amo todavía más. Lo único que deseo es que los demás sean libres.

Atendamos a una frase bastante conocida de final posesivo: “no esperes a que alguien vuelva: si regresa es tuyo, si no es que nunca lo fue”. Por suerte hay un antídoto para esta frase, que es esta otra: “Si amas a alguien, déjalo libre”.

Si poseemos lo convertimos en objeto. Si lo dejamos libre, en sujeto. ¿Estamos tan seguros de querer que alguien sea el objeto de nuestros deseos?


(Enric Berneda, 2005)
Sin tú saberlo

 
Me gustaría pensar
que sin tú saberlo
me recuerdas cada mañana.

Que al despertar te vuelves
del mismo lado en que yo estaba,
y que tus sábanas te protegen
como yo te conservaba.

Que mientras tomas un café,
el azucarillo se disuelve
como yo me derretía
en el calor de tu mirada.

Tal vez al salir por la puerta
te despidas de tu casa
pensando seguro que volverás…
como yo también imaginaba.

Y puede que en el metro
ninguna estación te recuerde a mí
pero sin duda por alguna pasarás
en la cual yo sí me acordé.

Como ráfagas de viento
pasarán cerca de ti
algunos de mis besos errantes;
aquellos que logré conservar
mucho antes de olvidarte.

Y si en un camino de rosas ahora estás
algunos de mis pétalos secos te harán de alfombra.

Todas estas memorias formarán parte de ti
aunque no las pueda rescatar ni uno de estos versos
que para no entorpecer tu nueva vida, 
yo nunca te recitaré de nuevo.


(Enric Berneda, 2004)
 
Me voy para dejar de irme
 
 
 
Me presentaré: soy una anónima, como muchas tantas que han escrito cartas sin destinatario, en el filo de la noche que hoy puede costarme la vida. Quizá la anchura que hay entre este momento y la muerte sea el mayor espacio de libertad que nunca haya experimentado. Pero ahora es inútil querer mudarme a vivir en él, porque no se trata de una estancia, sino de un pasillo que me empuja de mi hogar de forma irremisible. Este hogar amueblado ha sido durante muchos años el decorado de mis sueños, repleto de delicadas esculturas de lo que podría haber llegado a ser, llegado a amar y haber donado a este mundo. Pero mis manos artistas han desistido, y con ellas mis obras han pasado a ser toscos elementos de piedra que molestaban en cualquier estancia en donde se posaran.

Para ser ordenada en los pocos minutos que me quedan, empezaré narrando mis tiempos de niñez, despegada de ellos como si de una historia ajena se tratara:

Luz era una chiquilla discreta, aparentemente sin problemas, que disfrutaba tanto con los coloristas collares que le enseñaba a hacer su abuela, como de la sombra que cada día encontraba sabiamente para aparcar su bicicleta. El mundo de los adultos le tenía envidia -pensaba ella-, personificado en las arrugadas sonrisas que se desplegaban de forma espontánea por donde pasara. Su pacto con la niñez fue tan intenso, que un día tuvieron que decirle que ya era adolescente, pues ella nunca habría traicionado antes de tiempo algo que solo podían arrebatarle.

A partir de ese momento y a petición de ella misma, retiró todas las piedras que guardaba en su habitación. Las había coloreado una a una y puesto en mágica disposición, pero las cambió por empezar a ordenar sus sueños de mayor. Ahora tendría el disfrute de poder diseñar sus propios juguetes en forma de futuro, y su mágico cuerpo saldría de la habitación, cosa que las piedras no podían hacer.

Empezó a convertir la losa de sus estudios reglados en un trampolín flexible con el que llegar muy alto, los babosos chicos que la pretendían en paradisíacos lagos de oportunidades, y su globo terráqueo en una guía turística de bolsillo. No le daba miedo apuntar tan alto, porque a esa edad no tenía sentido ser precavida. Pensó que si lograba exprimir las tres frutas sería dueña del éxito, y sólo tendría sentido volver al estanque donde tiró las piedras para ver los renacuajos chapotear.

Luz era entonces más “luz” que nunca: utilizaba el calor de su llama en todos los incendios, irradiaba tal fuerza y luminosidad que podría arrancar su sombra a cualquiera, aunque a veces más que iluminar fuera nublada por aquellos cielos que pretendía.

Como toda luz deslumbrante, decidió posarse en lo más alto, para que sus rayos tuvieran más oportunidades de ser captados por los más bellos seres y recónditos lugares. Aunque lo más cercano que encontraba siempre eran nubes grises alejadas de las demás, que se entrometían entre ella y la más sencilla aldea, escupiendo de vez en cuando una lluvia airada sobre estratos inferiores.

Como las nubes eran lo más próximo a ella, más altas que los tímidos riachuelos y que los aburridos ríos y mares atados al suelo, decidió hacerse amiga de aquellos divertidos compañeros que adoptaban miles de formas y que parecían ser tan libres y valientes como el viento. Pero cuando parecían hacerle compañía de repente se esfumaban. Soltaban súbitamente su carga sobre preciosos y yermos lugares, pues ese era el juego al que estaban acostumbrados. Luz, habituada a estar en lo alto, no quiso renunciar a ese privilegio. Y se adaptó a la situación, pensando que siempre encontraría nubes nuevas y que alguna se quedaría finalmente a su lado.

Mas no fue así: terminó por aborrecer no sólo a las nubes, sino al agua entera. El único día que bajó a la tierra se sintió tan rechazada por todos sus amigos del pasado, que decidió volver a aquel lugar tan alto donde poder seguir viendo e iluminando. Al cabo de cien estaciones, de tan sola que se sintió viendo pasar contínuamente nubes desconocidas, decidió probar fortuna subiendo todavía más, porque subir era ya lo único que sabía hacer “a esas alturas”. Hasta que un día se alejó tanto de la órbita terrestre, que ya no tuvo a qué aferrarse… y es aquí donde me encuentro.

Ahora entendéis por qué no escribo esta carta desde el comedor, ni desde mi dormitorio, o desde la mesa de la cocina… sino en medio del pasillo. Me he sentado aquí en el suelo, en medio de mis esculturas, bajo todos mis diplomas, ante las instantáneas enmarcadas de mis viajes y mis parejas, con mi portátil de última generación reclinado en mis muslos… para deciros que de nada me ha servido llegar tan alto. Tengo tantos muebles en mi exterior como vacío en mi interior, y no creo que ahora me sirvan de nada todos los masters y seminarios a los que asistí para encontrarle un sentido a todo.

Empecé mi camino vertical el día en que decidí que mis piedras de colores eran una nimiedad de niña, pensando que cuanto más lejos mi luz estuviera más terrenos podría abarcar y más tesoros encontraría. Pero mi luz se hizo tan ténue, que nada pudo calentar.

Ahora no os pido nada: solo que dejéis testimonio de haber conocido el viaje de un alma que de tan lejos que llegó, volvió de nuevo al principio, y que cuando por fin lo quiso afrontar ya no tuvo fe en conseguirlo. Lo único que me llevaré de este mundo serán vuestros comentarios, que quedarán como testimonio para aquellos que me han amado de verdad, que me han sentido. Aquellos planos que yo no pude iluminar desde las alturas, menguada y filtrada por las nubes de mis lamentos.

Ahora publico el texto y me voy al suelo... que será como dejar de irme, al fin.


(Enric Berneda, 2005)